un velero y su largo viaje en muchos sentidos
La historia de un viaje a vela de una familia loca, con amiges y desconocides, varios veleros y muchas experiencias para contar.
Publicado el 13 de Marzo de 2019.
En Noviembre 2017 estuvimos pasando un mes a bordo del Atyla: Una introducción inigualable al mundo de la navegación, que nos permitió apreciar en carne propia la vida a bordo (incluso se publicó un breve documental en televisión durante nuestra estadía), ensayar diferentes tareas de mantenimiento, y conocer a diversas personas relacionadas con el mar y las velas.
En particular, una simpática Carlota nos recomendó sumarnos a la lista de correo Recla-Mar, donde se congregaba virtualmente la Cofradía de Navegantes Libertarixs. En aquel momento no podíamos ni sospecharlo, pero mediante la Cofradía acabariamos conociendo, meses más tarde, a diversas personas clave.
Poco tiempo después de desembarcar del Atyla, en enero de 2018, nos cruzamos por casualidad con otro Tall Ship, el impresionante Shtandart, en el puerto de Barcelona.
Mantener semejante embarcación navegando es todo un desafio, y en el caso del Shtandart lo logran hace más de 15 años, con un modelo de financiamiento similar al del Atyla. En terminos de gastos, reducen los de mantenimiento al mínimo mediante el trabajo voluntario, a cambio de comida y alojamiento a bordo. Los ingresos provienen principalmente de tripulantes que quieran aprender a navegar y tengan el dinero para financiar su travesía: pagan aproximadamente unos 100 EUR por día, en navegatas que duran entre 3 y 7 días dependiendo del trayecto, conformando una tripulación máxima de unas 20 personas (6 profesionales que forman la tripulación estable y ejercen de mentores, y el resto de plazas disponible para aprendices). Esta oferta resulta atractiva para un escaso número de personas dispersas por el mundo, que mayoritariamente se desplazan hacia el puerto de embarque en avion, y al desembarcar vuelven a su origen tambien volando. Esto no solo aumenta el costo económico considerablemente, y el costo ecológico de la singular aventura, sino que además obliga al Shtandart a predefinir y cumplir un calendario de rutas, puertos y fechas precisas, para que las aprendices puedan reservar sus vuelos también con antelación.
En la práctica, esto significa que si los vientos son favorables, el Shtandart navega a vela, pero si no, no le queda mucha opción que encender motores y quemar la alucinante cifra de 60 litros de diesel por hora, para mantener una velocidad crucero (4 o 5 nudos) que le permita llegar al siguiente puerto en la fecha pactada, y cargar la tripulación que sostiene económicamente un proyecto… cuyo principal costo es sin dudas el combustible.
Una situación análoga a la del Atyla, que según nos comentaba su jóven y amigable capitán Rodrigo, destina casi dos tercios de su presupuesto anual a la compra de combustible: unos 200.000 EUR durante los 6 meses de navegación de la temporada 2017.
La estadía en el puerto de Cartagena nos permitió conocer otras realidades navegantes. Omitiendo las decenas de jubilados alemanes vacacionando en lujosos catamaranes con los cuales nos costó identificarnos, conocimos alguna que otra familia jóven, que había elegido la vida a bordo como alternativa a la vida urbana. No sólo por ser económicamente más barato (comprar el barco y pagar un amarre, versus comprar un piso o un alquiler), sino también desde una perspectiva ecológica, pues en la pequeña escala de la embarcación se aprecia cada litro de agua potable, cada watt generado, almacenado y consumido.
El esquema de voluntariado en el Shtandart prevía la posibilidad de que, habiendo contribuido 2 semanas de trabajo en puerto, podríamos navegar (sin desembolsar los 100 EUR diarios) unos 6 dias, suficiente para llegar hasta Tarragona. Sin embargo, el capitán se negó a aceptar como tripulante a Isa embarazada.
Afortunadamente, por esos días llegó a puerto el Albarquel, un antiguo velero de 19 metros de eslora, recientemente convertido en barco escuela por Les Bordées, un inspirador colectivo feminista que se dirigía hacia Marseille, y a pesar de estar sobrepoblado de tripulación, acogió con agrado a Isa en el tramo hasta Barcelona.
Simultáneamente, Isa en el Albarquel, y Gui en el Shtandart, tuvimos una primera experiencia de navegación larga, hilando dias y noches hasta llegar a la costa catalana.
De vuelta en Barcelona, con las emociones todavia en la panza y bajo los efectos del mareo de tierra, comenzó la búsqueda de embarcaciones en venta. Algunas semanas más tarde, estabamos concretando la compra de un velerito pequeño, para continuar la incursión al mundo de la navegación de manera más autogestionada, y menos dependiente de energías no renovables. Un Albin Vega 27, construido en el año 1972, es decir un vehículo de 46 años que funciona con la misma eficiencia que el primer día, puede sonar una rareza en esta época de obsolescencia programada, pero es algo felizmente corriente en el mundo de las embarcaciones. A modo de contraste, el Albarquel navega hace una centena de años.
A finales de Junio, con la indispensable ayuda de Laura de CanMasdeu, trajimos el velero (rebautizado Ayaité) desde Roses hasta Barcelona. Amarramos todo el mes de Julio en el puerto del Masnou, durante el cual estuvimos haciendo salidas diurnas en formato “barco escuela autogestionado”, invitando a quien quisiera compartir la experiencia de descubrir la navegación con nosotras. Celebramos en total 15 salidas, siempre incluyendo nuestro “elenco estable” de 2 adultes y 1 bebé, recibimos a 20 tripulantes distintas: la mitad mujeres, algo destacable considerando que la navegación sufre un sesgo machista comparable al ambiente informático. La mayoría de tripulantes vivió su primera experiencia a vela, y casi la mitad del total lo disfrutó tanto que se sumó a más de una salida durante el mes.
Siempre practicando cómo organizar un “barco sin capitán”, el aprendizaje se construyó entre pares con diversos niveles de experiencia.
Clara nos trajo incontables conocimientos de regata, incluyendo la complicada pero satisfactoria maniobra de izar el spinakker.
Mario aportó lo que había aprendido durante un curso de Patrón de Embarcación de Recreo, particularmente conceptos de seguridad y órden a bordo.
Jofre fue afinando su dominio de las velas, hasta lograr el record de 7 nudos de velocidad, enseñandonos a aprovechar un viento del través con mucha mejor eficiencia que hasta entonces.
También recibimos donaciones de diversos materiales funcionales para la vida a bordo:
Isa estuvo activa en el proyecto de la Xarxa de Aliments en Gracia (Barcelona) que reciclan comida de varias tiendas. Cada lunes se junta un grupo de 10 a 20 personas para reciclar comida. Quedaba bastante lejos del puerto, asi que eran varias horas de viaje y empezamos a dudar que valiera la pena.
Nos gusta trabajar en la tierra y compartir tiempo con proyectos sostenibles, asi que fue una alegria cuando nos pasaron el contacto de Gilad y su proyecto Aurora del Camp. Es un proyecto de agricultura ecológica en el Masnou, de modo que podíamos llegar incluso caminando desde el puerto. Isa disfrutó varias jornadas de trabajo alli, y a cambio se llevó vegetales y frutas ecológicas, además de compartir varias charlas y almuerzos. Participamos también en la Fiesta Anual de la Sardina y el Tomate preparando spring rolls vegetarianos con las verduras del campo.
Con la experiencia ganada, el equipamiento completo y en compañía del cófrade Mario, el 25 de Julio de 2018 cruzamos hacia la isla de Menorca, a conocer a Jamie y su pareja, otras dos cófradxs a bordo de su Ariadne. Nos compartieron valiosisimas charlas, experiencias, tips y advertencias, y siguieron viaje. Por su lado, Mario desembarcó en la isla, y en conclusión, nos quedamos fondeando en soledad. Desembarcar hacia la isla involucraba cada vez una breve remada en el kayak inflable, y alguien tenia que quedarse a bordo, o bien abandonábamos el barco sin perderlo de vista desde la tierra, temiendo que cambiara el viento y tuvieramos que salir corriendo (y remando) a reacomodar el ancla (lo cual llegó a suceder un día, con corrida y todo). Al cabo de un par de semanas de tan inédita experiencia antisocial, decidimos seguir rumbo hacia Grecia lo antes posible, donde sabíamos que habia puertos y marinas en estado de abandono, donde podríamos dejar el barco guarecido sin necesidad de pagar el amarre.
Con Mario, insatisfecho también con su experiencia menorquina, acordamos regresar a Barcelona. En un foro de CouchSurfing nos cruzamos con Hōri, un kiwi navegante que andaba por las islas queriendo sumarse a alguna navegata. Con este cuarto tripulante a bordo del Ayaité, zarpábamos un 6 de Agosto al mediodia rumbo de vuelta a Barcelona.
Disfrutamos unos lindos vientos, y con la confianza de ser 4 adultes con cierta experiencia, hasta nos animamos a izar el spinakker. Incluso estrenamos la caña de pescar, con un suculento atuncito que nos completó la cena. También padecimos algunas aburridas y ruidosas horas a motor, hasta que una generosa brisa nocturna nos permitió maravillarnos en silencio con la ténue luz de un millón de estrellas …y un millón de noctilucas bailando en la espuma de la nave que cortaba la mar a 5 nudos de velocidad.
Habiendo dejado a Mario y Hōri en Barcelona, dedicamos un par de días en puerto a montar un nuevo sistema solar, con un regulador MPPT y 2 paneles de 50 watts. Reaprovisionamos también comida para una larga travesía…
El 11 de Agosto de 2018 a las 11:00 UTC+1 volvimos a soltar amarras, esta vez con Jofre, vecino del Masnou que se habia sumado a un par de navegatas durante Junio. Con destino Sardenya, y un tiempo estimado de 3 días de navegata sin apuro, nos deleitamos con la ilusión de poder (por fin!) navegar únicamente con los vientos, y cuando amainara simplemente esperar, como se hizo durante miles de años.
La ilusión no llegó a ver el amanecer: esa misma noche, la precisión del GPS combinada con la implacable matemática nos permitió comprender que para alejarnos de nuestro punto de partida 100 millas en línea recta, habíamos recorrido realmente unas 110 millas en un trayecto imperceptiblemente sinusoidal. Para compensar esta sutil pero significativa ineficiencia, debíamos mantener una velocidad promedio mayor a la prevista originalmente. A esto le sumamos nuestra total incertidumbre sobre el transporte terrestre sardo, fundamental para que Jofre llegara al aeropuerto (en la otra punta de la isla) donde tenía reservado su vuelo de vuelta a Barcelona. Con pesar, concluimos que tendríamos que mantener una velocidad promedio de al menos 5 nudos, una proeza improbable de conseguir sin motor.
Alternando entre periodos de motor, y vela cuando el viento era suficientemente fuerte, al cabo de 65 horas de navegación continuada estabamos tocando la costa sarda. Durante la travesía nos visitaron varios grupos de delfines, e incluso nos cruzamos con unos inmensos cachalotes.
Dejamos a Jofre en tierra firme, y al dia siguiente volvimos a aventurarnos para atravesar el estrecho entre Sardenya y Corsica. Una experiencia realmente adrenalínica, de noche, con un viento de intensidad 4 (en escala Beaufort) que nos arrastraba de popa a 5 nudos de velocidad sólo con una pequeña vela en proa (genoa rizada al 50%), y con unas olas inesperadamente grandes, de unos 3 metros. Llegamos a Palau con una mezcla inédita de adrenalina, cansancio, alegría y confianza.
Luego de un par de días más de navegata costera, coordinamos con una amiga Sara que andaba por la isla, para subirla al barco y cruzar juntas hacia Sicilia. Nos encontramos en Porto Corallo (un pequeño puerto del sureste de la isla), y aún siendo su primera vez a bordo de un velero, sin mas prelúdio nos lanzamos rumbo Sicilia. Durante el camino no sólo avistamos los habituales delfines, sino también varias tormentas eléctricas, algunas por el horizonte y otras más cercanas, pero tuvimos la suerte de que ninguna se nos vino encima. El sistema climático era inestable, y así fueron los vientos, pero esta vez tuvimos el placer de aprovechar a vela cuando soplaban, y esperar sin prisa durante las calmas.
Cuando faltaba sólo una hora para llegar triunfales a Trapani, en un mediodia soleado, con un viento parejo y muy poca ola, almorzando con el barco escorado por la ceñida… encallamos. El timonel, relajado por las condiciones y con la confianza de ya estar entrando casi a puerto, dejó de prestar la atención habitual al rumbo real, fijándose unicamente en el rumbo magnético, olvidándose de la derrota inevitable en un rumbo de ceñida. Al cabo de un rato, sólo cuando la otra tripulante experiente alertó que nos dirigíamos indiscutiblemente hacia unas rocas, el distraído timonel notó que la profundidad del mar que zurcábamos estaba inesperadamente baja y reaccionó rápidamente soltando las escotas para frenar el barco, que encalló en el fondo rocoso afortunadamente acolchonado por frondosas algas.
Nos comunicamos via radio con la Guardia Costiera, y vinieron a auxiliarnos un par de lanchitas privadas, una con dos marineros que efectuaron toda la maniobra, y la otra no tuvo otra función que transportar a lo que parecía ser el jefe o supervisor: un hombre de camisa blanca impecable, anteojos oscuros, hablando a los gritos y sin parar con un celular que no despegó de su oreja durante toda la situación, incluso mientras conversaba con nuestro barco. A pesar de que la situación era bastante confusa al respecto de cuánto deberíamos pagar por el rescate, aceptamos la ayuda.
Escoraron el velero tirando de la driza mayor, y en cuestión de minutos ya estabamos navegando en aguas profundas de nuevo. Todavia negándose a dar un precio por la tarea, nos indicaron que debiamos entrar a puerto para una revisión técnica obligatoria… Desconfiando, hablamos nuevamente por radio con la Guardia Costiera, que confirmaron que no era necesario pues nuestro barco navegaba bajo bandera inglesa, y la revisión sólo era exigible a barcos italianos. A falta de un precio oficial, les ofrecimos una suma de dinero en efectivo que nos pareció razonable, lo cual sólo provocó enojo en el jefe de anteojos oscuros, que despreció el pago por insignificante, tomo el mando de la lancha y se alejó a gran velocidad. Completamente desorientades sobre como proceder, intercambiamos algunas comunicaciones más con la Guardia Costiera explicando la situación, hasta que finalmente nos dijeron que el tema estaba resuelto y que podiamos seguir nuestro rumbo.
Amarramos finalmente en el puerto de Trapani, dejamos a Sara seguir su camino por tierra, reaprovisionamos comida, agua y gas, y subimos a bordo a Jack y Nenad, la nueva (y también inexperiente) tripulación. Compartimos una semana entera de navegación bordeando la costa sur de Sicilia, parando a dormir las primeras noches en puerto, y a medida que la tripulación ganaba confianza, aprovechando también las noches para navegar. Siempre con viento de popa, salvo un día que nos pasó por encima una tormenta con un poco de lluvia y ráfagas enredadas, fuimos haciendo millas cómodamente hacia el este, cada vez con intensidades mayores de viento. Desplegando nomás la genoa alcanzábamos 5 nudos: la tripulación, de fiesta.
A la altura de Porto Pozzallo, vientos de 30 a 35 nudos nos hacian volar a 8 nudos de velocidad, surfeando olas de 3 metros. La previsión para el cruce a Grecia eran vientos de esa misma intensidad, pero del través (viento norte), lo cual complica considerablemente la navegación debido a la intensidad. Casi llegando al Capo Passero (la punta sureste de la isla) aprovechamos para hacer un breve test de cómo sería la navegación del través y de ceñida en esas condiciones. Media hora fue suficientes para convencernos de que era mejor esperar unos días en Portopalo hasta que cambiara el pronóstico.
Nenad tenía un vuelo reservado desde Grecia pocos dias más tarde, con lo cual no tuvo más opción que abandonar el barco y seguir su viaje en avión. Conseguimos un tripulante experimentado de último minuto, William, y zarpamos rumbo Zakynthos. En el último puerto no había agua potable, pero pensamos que teníamos suficiente agua en el tanque a bordo. Nos moviamos no muy rápido pero constantemente, hasta que de repente… se acabó el viento. Queríamos cruzar, una vez mas, sin usar el motor. Ya nos habiamos alejado unas 100 millas de Portopalo, y comenzaron las horas más largas de todo el viaje.
Ya era de noche, cuando la bomba de agua potable inesperadamente escupió sus últimas gotas: se acabó el agua potable del tanque. Sin perder la calma, hicimos un plan de racionamiento, contamos las botellas que teníamos de reserva, y calculamos que con los 30 litros que teníamos todavía, podriamos sobrevivir cómodamente 2 días, y de ser necesario incluso 3 sufriendo un poco. Aprovechamos una breve brisa noctura para inflar el spinakker, cuando amainó esperamos otro largo rato, y finalmente dormimos toda la noche en un mar planchado, con la esperanza de que en la mañana volviera el viento (como había pasado muchas otras veces).
Al amanecer, volvió el sol… pero no el viento. No nos preocupamos mucho y aprovechamos para nadar y disfrutar la espera. Al cabo de un par de horas más, hubo consenso en prender el motor, dada la situación, para garantizar que no íbamos a pasar más que 48 horas antes de llegar a la costa. Pero el motor, excepcionalmente… no encendió.
Ahí sí, comenzamos a preocuparnos. Decidimos anunciar una llamada de alerta (Pan-Pan) via radio, para que los barcos que estuvieran cerca pudieran acercarse a proveernos agua. Nos respondió la Guardia Costiera italiana de Crotone, con un protocolo de preguntas sobre la situación, y cuando confirmamos nuestra ubicación GPS, nos anunciaron que mandarian una embarcación de auxilio desde la costa, que demoraria unas 4 horas en llegar.
Al mismo tiempo, se pusieron en contacto con otro barco (MSC Asli) que estaba en nuestra cercanía (unas 10 millas), y le ordenaron cambiar el rumbo para acercarse a nuestra embarcación. Después de varias conversaciones con MSC Asli, nos pusimos de acuerdo en que vendrían a nuestra posición para dejarnos 90 litros de agua potable. Al cabo de 45 minutos, se vislumbró en el horizonte un barco inesperadamente gigante: un carguero de containers que pesaba 20.000 toneladas y medía 220 metros de largo. Se acercó muy lentamente hasta aproximarse unos 100 metros de nuestro ínfimo velero, y descargó mediante una de sus grúas un pallet con varios packs de agua embotellada.
William se lanzó al agua y nadó hasta el pallet con una larga cuerda. Recuperamos a William y el pallet, y estuvimos un rato largo encontrando cada rincón del barco donde guardar las 45 botellas de agua, todavía impresionades por semejante aparición y encuentro cercano. El carguero reanudó rápidamente su rumbo, después de reportar a la Guardia Costiera el éxito de la operación y recibir la autorización de seguir viaje.
Sin embargo, la embarcación enviada desde la costa seguía en camino, y demoró todavia otras 3 horas en llegar, durante las cuales no teníamos mucha opción más que esperarles (a pesar de que vía radio intentamos convencerles de que el problema estaba resuelto, y que no hacía falta que vinieran). Finalmente llegó el enorme semirrígido de la Guardia Costiera con unos 7 marineros, y se arrimaron a nuestro velerito. Les explicamos, esta vez cara a cara, que lo del agua lo teniamos más que resuelto, pero que sería muy bienvenida una ayuda con el motor. Con severidad, nos indicaron que no se dedicaban a arreglar veleros, sino sólo a rescatar su tripulación. Nos ofrecieron llevarnos a la costa, abandonando el velero a la deriva. Rechazamos la oferta, y un poco molestos, nos miraron los pasaportes para confirmar la identidad, y se alejaron.
Al cabo de unos 20 minutos, volvieron… para ofrecernos ayuda con el motor, si les permitiamos que un ingeniero abordara el velero. Con gusto, recibimos al ingeniero, que luego de un chequeo breve y varios intentos de arranque, concluyó que el problema era el alternador. A falta de repuesto, y sin poder ofrecer más ayuda que el diagnóstico, volvió a su lancha, y se alejaron una vez más. Increíblemente, no habían llegado todavía al horizonte, cuando volvieron a dar media vuelta y se aproximaron una tercera vez. Ahí nos explicaron que por protocolo, hasta que nuestro velero no estuviera en movimiento, no podian dar la situación (“Pan-Pan”) por resuelta, y que por favor izaramos aunque sea una vela, para avanzar aunque fuera a mínima velocidad, dado que el viento era una brisa casi inexistente. Así lo hicimos, y moviéndonos a una velocidad imperceptible de 1 nudo, con una vela que flameaba como una sábana secándose al sol, vimos alejarse definitivamente a la Guardia Costiera a gran velocidad.
Via radio nos volvieron a llamar desde la costa, para que reportáramos posición, rumbo y velocidad, y nos explicaron que tendríamos que repetir este reporte cada 1 hora. Un par de reportes más tarde, en el intento desesperanzado número 150 del día de arrancar el motor, inexplicablemente comenzó a funcionar como si nada hubiera sucedido. Avanzamos un rato a motor, hasta que a la noche empezó a soplar finalmente el viento, y pudimos por fin reanudar la navegación a vela.
Logramos incluso inflar de nuevo el spinakker, cuando la dirección del viento nos favorecía. El viento acabó manteniendose bastante constante, y disfrutamos una navegación hermosa, con el spinakker de noche y de día, hasta la costa de Zakynthos.
Cuando vislumbramos la isla, celebramos la alegría de estar concluyendo el aventuroso cruce. Hicimos una breve escala en la pintoresca playa de Navagio (Ναυάγιο) , y finalmente amarramos en el puerto de Agios Nikolaos para pasar la noche. En la mañana Jack y William desembarcaron, y con la tripulación reducida nuevamente a 2 adultes y bebé, hicimos el último trecho de navegación, con un viento magnífico e intenso que nos acompaño hasta la isla de Trizonia (Τριζόνια) donde amarramos con el primer rayo de sol del 5 de Septiembre de 2018.
En Trizonia nos reunimos con nuestro amigo Reinhard y la adorable Ines, que nos hospedaron en la tierra firme de Sergoulas durante unas semanas fundamentales para que nuestros cuerpos y mentes pudieran procesar los últimos 3 meses de navegación ininterrumpida. Siendo Ines y Reinhard impulsores de la red comunitaria local i4free.gr, tuvimos oportunidad de intercambiar experiencias y conocimientos, e incluso de participar en el montaje de un par de nodos. Reinhard además había navegado durante décadas, y nos transmitió interminables historias e invaluables conocimientos, además de diversos equipamientos, materiales y repuestos para el velero, que atesoraba desde sus épocas de navegante.
Con la perspectiva de la experiencia, más conscientes de los largos tiempos que involucra la navegación a vela, y avecinándose el otoño en el mediterráneo, que trae vientos todavía mas intensos e impredecibles, decidimos cerrar allí esta etapa de nuestra aventura. Charlamos con Mario (el cófrade que conocimos en Barcelona) y le ofrecimos tomar el mando del barco, para navegarlo idealmente hasta el caribe y allí quizás celebrar un reencuentro. Un 29 de Septiembre aterrizó el cófrade en tierras helénicas, dispuesto a efectuar mantenimientos varios a bordo del velero en Trizonia. En eso andábamos cuando se sumó como voluntaria Márcia, experimentada navegante. Con todo puesto a punto, el 18 de Octubre de 2018 zarpó de nuevo el Ayaité, esta vez bajo responsabilidad de Mario.
La continuación de esta historia le corresponde a él, lo que llegamos a saber es que demoró alrededor de 2 meses de desafíos y aventuras contra el viento para conseguir volver nomás a Catalunya, logrando amarrar por fin en el puerto de Badalona los últimos días de Diciembre 2018, y desde entonces está tomando un respiro allí hasta la siguiente temporada de navegación.
Muy buenooooo… me hace acordar a algunas historias que leí en el secundario, como el naufrago…. toda una aventura
Y las que faltan.
Si te va leertelas, acá hay unas guapas: http://cocuaexpediciones. es/ libros/